MEMORIAS DEL ENCIERRO
MARIA
Hola,
soy María y soy adicta a los narcóticos. Llevo aquí un mes recluida. Bueno eso
me dijo mi compañera de celda. Me dijo que me trajeron dormida un hombre y una
mujer. La verdad es que venía drogada.
El
hombre era Carlos mi esposo, llevamos ocho años de casados y a pesar de todo lo
que hemos vivido. Si, se me ruedan las lágrimas de decirlo. A pesar de todo, él
ha estado siempre conmigo. Es cierto que nuestro matrimonio no es el perfecto,
pero quien es perfecto en estos días.
La
mujer era Camila, mi amiga de la infancia, casi mi hermana. Siempre ha estado
ahí junto a mí. Fue mi madrina de bodas y me ha acompañado en todos los
problemas que he tenido. Me apoyo cuando me entere que mi esposo tenía una
amante. Bueno eso ya pasó, les digo que quien es perfecto en estos tiempos.
Ella me convenció que lo perdonara. Yo insistía en saber quién era la mujer con
la que me engañaba. Pero me faltaba coraje. Le mostré a Camila el teléfono de
mi esposo, le dije que no tenía el valor para revisar los mensajes, que me ayudara.
Ella tomo el teléfono y borró todos los mensajes. Quise arrebatarle el celular,
pero ya lo había hecho. Solo te hará sufrir más, me dijo. Gracias a ella perdone a mi esposo.
¿Cómo
empezó mi adicción? La verdad no lo sé. No crean que evado la pregunta, es que
yo también quisiera saberlo. Todo empezó con mis problemas de sueño. Me
acostaba tarde para darme cuenta que me quedaba dormida poco antes de las
cuatro de la mañana. Un día Camila me dio una pastilla. Prueba esto, me dijo.
Me la tomé y esa noche dormí. Me funciono bien por un tiempo, hasta que tuve
que tomar dos. Después tomaba hasta tres pastillas. Aun así, a veces no dormía.
Mi
esposo es psiquiatra. Sus pastillas las guardaba con llave en su armario. Un
día me encontré la llave en la cocina. Parecía que alguien me la había dejado
ahí a propósito. Me sentía muy ansiosa y temerosa de que me encontrara. Yo ya
había probado el Diazepam. Camila me lo había regalado. Me había encantado el
efecto, la depresión había desaparecido. Me avergonzaba pedirle a mi esposo
pastillas, era como admitir que no podía yo sola. Pero si tenía la llave,
entonces podría tomar algunas, seguramente nadie lo notaría. Así lo hice.
Empecé robando unas cuantas pastillas sueltas, después fueron cajas, la verdad
no supe cuántas, hasta que me trajeron aquí. ¿Por qué lo hice? Creo que porque
las necesitaba.
¿Cuando
comencé a no dormir? Bueno eso fue cuando murió mi madre. Carlos no quiso que
yo fuera al velorio, dijo que me afectaría emocionalmente. Así que me quede con
Camila. Cuando regreso me pidió que le firmara unos papeles para el juicio
testamentario. Quise pedírselos para llevarlos con mi abogado, pero Camila me
dijo que no podía hacerle esa grosería a Carlos después de lo buen esposo que
era, debía confiar en él. Así que le firme los papeles y le agradecí a Camila
por ayudarme en mi relación.
Un
día, estaba yo narcotizada, dormida en mi cuarto, cuando me pareció escuchar
una discusión en el piso de abajo, entre sueños creí escuchar la voz de Camila
reclamándole a Carlos. No tienes el valor de dejarla. Ya te dije que no podemos
hacer valido el testamento, le decía él. ¿Qué más necesitas? Ya te firmó el
testamento. Que la declaren incompetente de sus facultades mentales, le decía
él. Hazlo, le decía ella, acaso no eres un psiquiatra. Se escuchó el ruido de
una puerta.
La
mañana siguiente pensé que todo eso había sido un sueño, así que tiré todas las
pastillas y me asegure de no tener más drogas. Cuando llegó mi esposo, me sentí
tan mal por haber dudado de él, y alucinado con su engaño que le pedí
disculpas. El me abrazó y me dio un beso en la frente. Mas tarde llego Camila,
quien se estaba quedando en la casa para acompañarme. Cenamos juntos y me sentí
mejor. Les dije cuanto los quería y los tomé a ambos de las manos. Esa noche me
fui a dormir sobria. Sorpresivamente, a la mañana siguiente me sentí con cruda
de narcóticos, me desperté a la una de la tarde. De inmediato se me antojó
tomar mas drogas. Fui al armario y ¡oh sorpresa! Ahí estaban las pastillas,
todas. No había tirado nada. Saque las pastillas y las tiré y esta vez también
saque el armario al patio y me dispuse a prenderle fuego. En ese momento llegaron Carlos y Camila en el auto de él, me
quisieron quitar la gasolina pero ya había prendido el armario. Era necesario
acabar con los narcóticos, le dije a. Él, trató de calmarme y le llamo a una
ambulancia. Aunque yo estaba segura de no haber consumido nada, me quede
totalmente ida, otra vez estaba narcotizada.
Ayer
cumplí dos meses. Vino mi abogado. Me pregunto cómo me sentía. Le dije que
mejor. Me pregunto también si yo había firmado unos documentos de la herencia
de mi madre. Le dije que sí, que había firmado algo. Me pregunto el porqué lo
había hecho. No supe que responder. Me dijo que traería un médico para
trasladarme de hospital, que necesitaba evitar que me declararan incompetente
de mis facultades mentales. En ese momento llego Carlos y Camila. Carlos
estalló en ira y golpeó al abogado y le dijo que no lo quería ver nuevamente
junto a su esposa. Camila me abrazo y me dijo que todo iba a estar bien. Al
final me quede con ellos. Cenamos juntos y yo los tomé de las manos, les dije
lo importantes que eran ambos en mi vida. Después se despidieron de mí.
CAMILA
Hola,
soy Camila. Soy amiga de María, o al menos solía serlo. Crecimos juntas y
siempre nos gustaron las mismas cosas. Hasta que conocimos a Carlos. De
inmediato me enamoré de él. Él se enamoró de María. No tenía ojos para verme a
mí. Creo que entonces me di cuenta de algo, siempre la había envidiado. Antes
eran cosas sin importancia, ahora no. Por si eso no fuera suficiente ella
remato pidiéndome, un año después, que fuera su madrina de bodas. La odié por
eso.
Nunca
pude sobreponerme a que ella se hubiera casado con él. Para mi suerte, el
tiempo actuó de mi lado. Con el fastidio que traen los años Carlos se alejó de
ella. Yo frecuentaba la casa cuantas veces quería, así que no me fue difícil
acercarme a él. Un día, María me contó que no podía dormir, así que le di una
de mis pastillas, como eran muy fuertes le dije que solo se tomara la mitad,
Cuando entré a su habitación me di cuenta que se había tomado dos. Dormirá toda
la noche y parte de la mañana, pensé. Carlos entró en ese momento, y al ver a
su esposa totalmente inconsciente me pidió que me quedara a dormir, así que
pase la noche con él.
Después
de la muerte de la madre de María, ella se deprimía mucho. Yo le empecé a dar
pastillas. Carlos era psiquiatra y me conseguía Diazepan, que es una droga
fuerte. La droga desvaneció su depresión y ella se sintió mejor. No quería que
Carlos se enterara de que estaba tomando drogas, así que yo prometí guardarle
el secreto Nunca pensé que después tendría que drogarla contra su voluntad.
Cuando
estábamos solos Carlos se quejaba de su condición de médico, no era esa la vida
que deseaba. Él quería ser millonario. Se notaba en su comportamiento, faltaba
a trabajar con el menor pretexto. Por mí ya no regresaría nunca a trabajar,
decía. Tengo una mujer hija de una madre millonaria que no nos da un peso. Esos
episodios se repetían cada vez más seguidos. Después de eso solo bebíamos y yo
tomaba pastillas.
Cuando
la madre de María murió todo pasó muy rápido. No supe en que momento le dije a
Carlos que sí. En realidad no me pidió que me casara con él. Tampoco que
viviéramos juntos. Me pidió que le ayudara a dos cosas. Una, a meter a su
esposa María, mi amiga, a un centro psiquiátrico de rehabilitación. Y dos, que
lo ayudara a que ella firmara los papeles del testamento de su madre, para así
disponer del dinero de la herencia..
Volver
adicta a María no resulto fácil. Las pastillas que le daba la mayoría de las
veces terminaban en el bote de basura. La depresión de su madre ayudo a que
empezara a consumir. Intencionalmente un día le deje las llaves donde Carlos
guardaba las pastillas, en la mesa del comedor. Al principio tomo algunas
pastillas, sin embargo, después nos enteramos de que las había tirado todas.
Nos tenía desconcertados. Por último empezamos a darle Diazepan en las comidas
hasta que un día, espantada de ver como amanecía drogada sin haber consumido,
decidió incendiar los armarios de Carlos. Vino una ambulancia y se la llevaron.
Abandonamos
a María ahí, en el kilómetro 102 de la carretera, en el hospital psiquiátrico
de la ciudad. Un sitio en el que, si ella no estaba loca, pronto lo estaría. Si
me preguntan que sentí, solo les puedo decir que fue una decisión entre ella y
yo, y yo gané.
Carlos
quería disfrutar de nuestra nueva vida de ricos, y nos fuimos a vivir al mar.
Rentó una casa con teja californiana y en el patio estacionó un bote de pescar
enorme para pasear por las tardes. Yo que sabía algo de Spas decidí ser
empresaria y poner el mío en la ciudad. Renté un local grande y contrate
personal. Hicimos una fiesta tras otra, nuestro círculo de amistades crecía y
todos se sorprendían de lo buenos que éramos en los negocios.
La
pluma de Carlos no dejaba de firmar cheques, y este gastaba como si el dinero
nunca fuera a terminar. ¿Acaso dejo mucho dinero tu suegra? Le pregunté un día.
No tienes idea, me contestó. ¿Cuánto? No preguntes, se molestó. Yo también me
molesté, lo justo es que el dinero fuera de los dos.
Como
había más dinero, y tenía mi empresa, empecé a beber y a consumir más
pastillas, cuando un poco de conciencia me decían que me estaba excediendo,
solo me decía que me lo merecía. Carlos estaba ausente de la casa a diario.
Había hecho amistad con un amigo abogado y se llevaba su lancha. Regresaba
hasta muy tarde. Yo, muchas veces ebria, subía a dormir y no despertaba hasta
el otro día. Pensar que él podría tener una amante me llenaba de rabia. Nunca
le dije nada, ni se lo advertí, él ya sabía de lo que yo era capaz.
Un
día en medio de una tremenda resaca me dirigí a mi Spa, solo quería que me
dieran un masaje y dormir un rato en la cámara de oxígeno. Cuando llegué cual
fue mi sorpresa de encontrarme cerrada la puerta y los empleados esperándome.
Sus nóminas no estaban depositadas. La verdad es que tenía semanas en que no me
paraba por mii negocio. Hablé por teléfono al banco. Me dijeron que tenía que
ir en persona, mi cuenta estaba sobre girada. Entonces le pedí a Carlos que me
mandara un cheque por ochenta mil pesos para pagar la nómina de mis seis
empleados y otro por doscientos mil para cargar saldo en mi cuenta. Carlos
mando los cheques pero no lo pudimos cobrar. La cuenta estaba bloqueada por
orden judicial.
Carlos
llamo a su amigo abogado para que desbloqueara las cuentas, pero él le dijo que
era necesaria nuevamente la firma de María para hacerlo. Era un procedimiento
que buscaba proteger al heredero. Como María aún vivía, había que ir con ella y
pedirle que firmara frente a un par de testigos. Por supuesto no iría yo, pero
tampoco quería que fuera Carlos. Últimamente lo había visto muy alejado de mí.
En su celular había descubierto fotos de él y María cuando vivían juntos.
Decidí que él no iría a conseguir las firmas. Ese día yo había tomado de mas,
discutimos y él me dijo que él haría lo que fuera necesario para recuperar el
dinero. Como siempre, se fue a andar en su lancha. Yo me quedé con la rabia. La
sola idea de pensar en que él me engañara con María me mataba. No sé porque
razón tome la pistola y la deje en mi bolso. Cuando en la madrugada me desperté
al escucharlo llegar no lo pensé mucho para decidirme- Todo estaba muy claro.
Él estaba pensando en abandonarme. Su mujer lo había dejado sin dinero y él
regresaría con ella como perro con la cola entre las patas. Escuché pasos en el
patio cuando estacionaron el remolque de la lancha. Salí por la puerta trasera.
Ahí estaba él de espaldas. Me escuchó llegar, pero no volteó. Le disparé dos
veces.
A la
mañana siguiente pensé que todo había sido un sueño, de no ser porque desperté
en una celda. De inmediato recordé lo que había sucedido y me arrepentí mil
veces. Sorpresivamente vi llegar a Carlos, el me abrazó y yo lloré con él. Un
guardia entró y le pidió que saliera. ¿Qué sucede pregunté? Se me acusaba de
homicidio. Había matado al abogado y amigo de Carlos.
CARLOS
Escribo
esto desde la penitenciaria del estado. Se me acusa de negligencia médica
contra una paciente mía, la paciente era mi esposa. Por culpa mía estuvo
recluida once meses en un centro psiquiátrico. También se me acusa de haberle
intentado quitar sus bienes y su dinero, dinero de una herencia que le dejó su
madre millonaria. Aunque esto no creo me lo puedan probar. Solo hay un testigo, pero está muerto.
Para
contar esta historia me regresaré nueve años. Era yo un flamante médico
psiquiatra. Fue en una fiesta la conocí. Yo estaba en el jardín, alejado del
ruido cuando la escuché andar por el jardín. Platicamos un rato, se interesó
mucho cuando supo que yo era psiquiatra, creí que la estaba conquistando, pero
no, ella solo quería una receta para comprar Diazepam. Le dije que se la daría
si me dejaba besarla. Acepto. Al día siguiente le mande su receta.
Ella
me gustaba, se llamaba Camila, hubiéramos sido novios sino hubiera sido porque
al día siguiente se le ocurrió llegar su amiga. De inmediato la nueva acaparo
mi atención, y cuando supe que era millonaria, me decidí por ella. A los pocos
meses pedí un préstamo en la administración del hospital y le di el anillo de
compromiso.
Me
presentó a su madre, Evangelina. Una mujer austera que, a pesar de ser
millonaria, no usaba joyas. Solo un escapulario adornaba su cuello. Vivía en su
mansión poca servidumbre. Todo olía a viejo y recordaba a mejores tiempos. Yo
estaba emocionado de conocerla. Estuvimos un par de horas en la sala esperando
a que la señora se dignara bajar de su habitación a saludarnos. Al final un
criado bajó y nos dijo que la disculpáramos, que la señora no se sentía de la
mejor manera para atendernos. Qué lástima, pensé, era oportunidad de ganarme a
la millonaria. Eso nunca sucedió, hasta su muerte Evangelina nunca me quiso.
A
pesar de todo nos casamos. En las invitaciones decía: Estamos honrados de invitarle a nuestra ceremonia: María y Carlos.
En la clínica los compañeros hicieron una colecta y con eso pague los tramites,
mi jefe me hizo un préstamo para rentar un departamento. Yo vivía en casa de un
amigo, se llamaba Víctor.
Compré
los muebles a crédito. Pensé que era una situación pasajera. Bastarían unos
meses para que la Millonaria nos llamara por teléfono y nos fuéramos todos a vivir a la mansión. Ella nunca llamó.
Paso
el tiempo. En la clínica me ascendieron a jefe de especialidad. Era un cheque
más, pero con el pago de renta de una casa más céntrica, las facturas de la
camioneta y la vida que acostumbraba mi mujer, me era imposible alcanzar los
pagos. Mes a mes gastábamos más de lo que ganábamos Estábamos en quiebra.
Los
viernes los aprovechaba para verme con Camila. Claro que me seguía gustando.
Estar con ella era un descanso de mi mediocre vida matrimonial. Siempre nos
veíamos en el mismo sitio. A veces ella me pedía pastillas, Diazepam por lo
común. Yo le daba recetas o bien le conseguía una caja. También me pedía
pastillas para dormir. Bebíamos y platicábamos de nosotros. Camila quería que
me separara de María. Yo no pensaba separarme de la heredera a una fortuna. Ahí
terminaba siempre nuestra conversación..
Cuando
me enteré que la madre de María, nunca le había dicho suegra, estaba muy
enferma, invité a Víctor, un amigo mío a tomar unos tragos. Él era un abogado
de pésima reputación. Le conté lo de mi suegra, que estaba muy enferma y quizá
podría pasar a mejor vida. Fue el quien me abrió los ojos e hizo todo el plan.
Aunque para la fiscalía fuimos los dos.
Víctor
decía que si la señora fallecía, María heredaría todo, pero, que en el caso que
yo quisiera divorciarme yo no recibiría un peso. Era necesario quitarle a María
el poder de la herencia, aprovechando que yo era su esposo. Debíamos declarar
incompetente a María para recibir la herencia, solo eso podría salvarme de la
bancarrota, me decía Víctor. Pero había que hacer varias cosas antes. Lo que
sea, le contesté.
Víctor
era un hombre sin escrúpulos, así que nos dio instrucciones a Camila y a mí. A
mí me hizo firmar papeles donde yo certificaba que mi mujer estaba afectada de
sus facultades mentales y debería estar medicada, y a Camila le pidió que le
diera pastillas, tantas como pudiera. Teníamos que convertir a María en la
paciente ideal para ser internada en una clínica, diagnosticada de incapacidad
mental. No fue nada fácil.
El
plan marcho muy lento. La madre de maría murió y María no tenía indicios de
convertirse en una adicta digna de ser encerrada en un centro psiquiátrico. Si
se tomaba a veces una pastilla para dormir, o una para la depresión, pero eran
escasas. Fuimos obligados que ser más contundentes. La tuvimos que medicar a
escondidas. En la comida y en el café pusimos cantidades cada vez mayores de
somníferos y Diazepam. No fue fácil. Me preocupaba que un día no despertara
Cuando se empezó a dar cuenta de que estaba medicada sin consumir empezó a
actuar de manera violenta, me tiró todas las pastillas, cosa que yo volví a surtir. Al ver al día siguiente que había más
pastillas se espantó. La muerte de su madre ayudó en su comportamiento
errático. Un día enfadada de sentirse despertar drogada decidió prenderle fuego
a mi oficina y a los anaqueles con pastillas. Eso ayudó, así pude mandar por
una ambulancia. Entonces la diagnostiqué como esquizofrénica con problemas de
adicciones.
María,
mi esposa, se quedó ahí, confinada por orden mía en ese centro psiquiátrico sin
mayor esperanza de salir. Me sentía resentido con ella. Todo el resentimiento
que guardé contra su madre se lo dirigí a ella. El rechazo de la señora lo
descargué en María Me sirvió para evitar la responsabilidad y la culpa por lo
que acababa de hacer. Se lo merecía, me decía a mi mismo. Ahora era hora de
hacer una nueva vida. De cambiar.
Y
cambié. Víctor ayudo a abrir una nueva cuenta bancaria. Desbloqueó de las
cuentas de la Señora dos millones de dólares. Eso es solo para empezar, me
dijo. Por supuesto, su ayuda no era desinteresada. Lo que hizo fue pedirme una
renta de cincuenta mil dólares mensuales. Le dije que estaba loco. Me hizo ver
que gracias a él era yo millonario. Así que se los di.
Entonces
decidí alejarme de Víctor, un extorsionador de lo peor. Y de María, que aunque
confinada, me recordaba todos los días que estaba ahí, a solo una hora de
carretera. Le dije a Camila que nos iríamos de la ciudad, y, como aquel que
huye, nos fuimos en la noche. Le deje mi carta de renuncia a mi jefe. Liquidé
la renta de mi casa y guardé los muebles en un servicio de mudanza. La camioneta
no estaba liquidada, así que le dejé una carta a la agencia de autos para que
fueran por ella.
Nuestra
vida cambió. Nos fuimos a una pequeña ciudad junto al mar. Ahí renté una
formidable casa de techos californianos y me compré una lancha magnifica.
Camila también me exigía dinero. Le dije que le pondría un negocio. Decidió
poner un Spa, lleno de muebles lujosos y una renta que me pareció
estratosférica. Creo que nunca supo de negocios, solo se encargaba de ir a
hacerse masajes y peinarse. No sabía de pago de impuestos, ni de
administración. Era un caos, pero había dinero para eso y más. Yo no quería
tener problemas con ella, así que la dejé ser. La vida nos sonreía.
Estábamos
gastando mucho así que la chequera se acabó muy pronto. Cuando fui al banco por
otra me pidieron varios requisitos, así que tuve que llamar nuevamente a
Víctor. Me ayudó a conseguir una nueva chequera y le pagué nuevamente sus
cincuenta mil dólares, pensé que con eso estaría satisfecho. Creo que yo estaba
bastante equivocado.
Camila
se volvió insoportable. Gastaba sin ton ni son. Cuando le reclamaba me decía
que la mitad del dinero era suyo. Bebía a diario y cada vez consumía mas
drogas. Se había vuelto insoportable. Yo empezaba a extrañar a María.
Un
día llegue a casa temprano. Camila me estaba esperando. Tenía en sus manos un
revolver y estaba completamente ebria. Estaba revisando las fotos de la boda
con María. Me preguntó si acaso aun la extrañaba, le dije que era una tontería
lo que decía. Le reclamé por tener una pistola ahí, pero no me escuchó. Como
pude la sometí y le quité el arma. Se echó a llorar. Gritaba que si sabía que
la engañaba me mataría. Esos episodios se volvieron rutina. A veces la ignoraba
totalmente, aunque ella me apuntara con el arma.
Víctor,
quien ya era un problema, se empeoró.. Al principio solo me cobraba su dinero
cada mes, pero después se la pasaba en mi casa. Prácticamente vivía ahí.
Salíamos a diario a andar en la lancha. No podía discutir con él, me tenía
secuestrado. Me amenazaba diciendo que por él teníamos todo. Un día llegó con
un auto nuevo, venía acompañado del vendedor de la agencia de autos. Mira, este
es mi amigo Carlos de quien te hable, le decía, él te liquidara el auto. Esto
fue muy lejos, debía deshacerme de él.
Así
que urdí un plan. Le pedí a un mecánico que le instalara un dispositivo al
motor de la lancha, para que esta no dejara de acelerar, ni fuera posible de
apagar. El mecánico no entendió para que quería yo eso, pero lo hizo porque le
pagué muy bien. Invité a Víctor a navegar. Cuando estábamos por zarpar le dije
que debía regresar a ver a Camila, que no podría acompañarlo. Él, que se sentía
dueño de mi bote, se destapo una botella de bourbon y me dijo que él iría solo.
Después de todo fue muy fácil, pensé. Me había deshecho de él la lancha se
estrellaría contra las rocas al salir de la bahía. Caminé por el malecón varias
horas. Entré a un bar y me fui a casa. Pensé que iba a extrañar a Víctor.
Al
llegar a casa. Me sorprendió el sonido de las sirenas de policía. Afuera estaba
estacionada la lancha. Me asusté de pensar que podrían estar esperándome a mí.
Que hubieran descubierto que le había tendido una trampa a Víctor. Cuando bajé
del auto vi que había una manta sobre el piso, debajo de esta Víctor, muerto.
Tenía dos balazos en la espalda. No supe si espantarme o brincar de gusto.
En
una patrulla Camila estaba sentada, totalmente drogada. Se la llevaron. Al día
siguiente fui a verla. Su caso estaba perdido. Le había disparado a Víctor,
pensando que era yo. Que cosas tiene la vida.
Hacía
meses que ambos me estaban enfadando la vida, hasta que se presentó esta
oportunidad. El universo había arreglado las cosas. Yo había estado extrañando
mi vida con María, y ahora el destino me daba la oportunidad. Hice mis maletas.
Decidí regresar con mi esposa. Cerré el contrato de renta de la casa y le firmé
un poder a un agente que me vendaría mi bote, no sin antes decirle que el
acelerador se quedaba pegado. Los autos, los muebles y lo demás era todo
rentado, así que no tuve ningún problema.
Cuando
llegué a la clínica donde estaba recluida María vi a mi antiguo jefe. Lo saludé
como siempre, pensando que se alegrara
de verme. Él hizo un gesto y se fue a su oficina. Solicité al guardia un
acceso para ver a mi esposa, me pidió mi identificación, así que se la di.
Después de unos minutos un par de oficiales de policía me detuvieron, ahí, a
las puertas del hospital psiquiátrico. No había podido hablar con mi mujer.
Estaba acusado de negligencia médica por confinar a mi mujer y de fraude.
VICTOR
Hola,
me llamo Víctor, soy abogado. Escribo esto desde la enfermería de la prisión
del estado. Recibí, por error, dos tiros en la espalda. Una mujer loca y celosa
me disparó a boca de jarro. Afortunadamente ella estaba tan drogada que no pudo
acertar ningún tiro, ambos pegaron uno en un costado de mi espalda y el otro en
mi brazo derecho. Fue una suerte salvarme de ella. De lo que no me salvé fue de
la acusación que está en mi contra por alteración en documentos oficiales para
favorecer con una herencia a mi cliente, Carlos, un amigo y un truhan que se
casó con la hija de una millonaria.
Conocí
a Carlos hace ya muchos años, él vivió en mi departamento hasta después de
recibirse de psiquiatra. Siempre fue el tipo acomplejado que quería ser rico,
hasta que un día, lo logró. Conoció a María, hija de una millonaria y amiga de
Camila, quien sería su verdadero amor. Recuerdo que era día de pago de renta, a
mi me debía ya varios meses y no pensaba esperarlo más. Sorpresivamente cuando
le solicité el pago del mes, me dijo que me podía quedar con todo el
departamento, que él muy pronto se iría a vivir a una mansión en los suburbios
de la ciudad y me mostro un anillo de compromiso. Nunca le creí.
Él
tenía razón, se casó con la hija de una millonaria, pero cosa curiosa, nunca
vio un centavo del dinero. Vivía de prestado y la señora, la millonaria, no le
daba un peso a él ni a la hija. Debían pagos de la camioneta, la renta de su
casa y hasta los muebles. Un par de veces tuve que intervenir con amparos para
evitar que perdieran la casa. Por supuesto nunca pago mis servicios.
Aun
así, Carlos era mi amigo, por eso cuando me propuso quedarse con la herencia de
su suegra no lo pensé mucho. Era un negocio muy arriesgado, aunque como lo
planteaba Carlos, parecía fácil. Solo se trataba de modificar un poder
notarial, que nunca había existido, para que la madre de María, la heredera,
otorgara a Carlos, mi cliente y amigo, derechos sobre sus bienes en caso de que
su hija estuviera impedida de sus facultades mentales. Parecía fácil. Nunca
pensé que eso nos fuera a costar tan caro a todos.
Camila,
la amante de Carlos era una mujer muy atractiva. Me sorprendía que siempre se
sintiera menos que su amiga María, una millonaria insulsa. Camila sabía
hablar francés y su gusto por las cosas
era exquisito, desde como tomar una taza de café hasta como reír. Era una mujer
con la que yo disfrutaba conversar. No me sorprende que Carlos nunca la haya
dejado sola. Ella nos ayudó con el plan, tenía que hacer de su amiga millonaria
la perfecta adicta para poderla diagnosticar como débil mental. Tarea nada
fácil.
Creo
que yo acepte participar en el plan solo por el hecho de estar cerca de Camila.
La falsificación de documentos no era mi fuerte, como se vio al final. Sin
embargo conocía algunos contactos, aceite la rueda y zas! Me dieron un poder.
Carlos hizo lo suyo y logro internar a María. Creo que la más afectada fue
Camila, al final María era su amiga. Nunca se lo perdono, a partir de ahí sus
borracheras eran más continuas, a veces en días normales. Después de eso ya no
volvió a sonreír. Se convirtió en una mujer adicta e insegura. Celaba a Carlos
por todo, él me había comentado que en más de una ocasión lo había amenazado
con pistola en mano. Debes tener cuidado, le decía. No te preocupes, nunca hará
nada, el concluía..
Arreglé
un poder notarial falso y conseguí una línea de crédito por dos millones de
dólares en el banco. Cuando le entregué los papeles de la cuenta bancaria a
Carlos me di cuenta de que todo estaba mal. Él no tenía pensado darme mis honorarios,
que yo considere en diez mil dólares mensuales. Tampoco estaba pensando en
darle nada a Camila, así que yo hable con ella. Estaba tan absorta con la idea
de casarse con Carlos que se había olvidado el dinero. Al final solo le pidió
que le pusiera una peluquería. Con lo poco que se conforma una mujer enamorada,
pensé.
Carlos
era un egocéntrico, narcisista de lo peor. Gastaba al por mayor, parecía un
nuevo rico. Nos fuimos, y digo nos fuimos porque yo tenía que asegurar mis
rentas, a vivir a una ciudad junto a la playa. Carlos rentó una enorme casa con
estilo californiano y yo le ayudé a conseguir una estupenda lancha de dos
motores para pasear por las tardes. Hacían fiestas todos los días y el
vecindario era muy divertido. Yo había
rentado un pequeño departamento, decidí dejarlo al cabo de unos meses y mudarme
donde ellos, creo que parte de esa
herencia me correspondía.
Los
avisos del banco fueron llegando por correo. Carlos no quería saber de
problemas, así que yo tenía que encargarme. Al principio eran invitaciones a
regularizar la situación de la cuenta. Hasta que subieron de tono. Después un
despacho jurídico empezó a hacer llamadas. Querían que corroboráramos la
información de la cuenta. Solicitaron ver la escritura de la herencia, los
poderes, las firmas, y en especial había una advertencia de inconsistencias en
lo referente a las firmas de María. Como buen abogado me presente no sin temor
a ser detenido. En realidad sola era un trámite sin importancia. Se me dijo que
era una revisión de rutina, solo bastaría que la señora María, heredera
universal volviera a firmar. Aproveché la situación y pedí una línea de crédito
por dos millones mas, pero me dijeron que sin las firmas de María nada podían
hacer. Estábamos en un aprieto.
No
quería tener problemas con Carlos, así que no le dije nada, decidí que pasaran
los días y pensar en cómo resolverlo. Era arriesgado ir nuevamente con María y
pedirle una firma. Ella estaba confinada en un hospital psiquiátrico. No se me
quitaba de la cabeza que su abogado, aquel perro fiel de su madre estuviera
rondando y nos descubriera. Por otro lado, las cosas entre Carlos y María iban
de mal en peor. Creo que los tres estábamos muy tensos, pero Camila más aun,
tomaba todos los días y a veces solo iba a su peluquería a salir peinada y
drogada. Esos episodios eran cada vez más comunes.
Carlos
y yo íbamos por las tardes a navegar a la bahía, Carlos cada vez estaba más
absorto. Un día me dio mis diez mil dólares mensuales sin quejarse. Me
sorprendió. Creo que lo acepte como algo bueno. Me dijo que fuéramos a navegar
así que pasamos a surtir la despensa del bote, compro botellas y carnes frías.
Cuando todo estaba listo curiosamente decidió, de último minuto, no ir. Se bajó
del bote y se fue dejando su chaqueta olvidada. Después me entere porque lo
hizo.
Yo
estuve un tiempo en el muelle con el motor encendido. Saque de la Marina el
bote para quedarme con el motor descompuesto a un par de kilómetros. Un bote de
la marina me trajo de regreso. Pasaron unas horas. Cuando saqué el bote decidí
regresar, estaba haciendo viento y me puse la chaqueta de Carlos.
Cuando
llegué a casa escuche ruido y música dentro. Seguramente Camila estaría ahí
tomando unos tragos. No me parecía nada particular. Acomodé la lancha y escuché
que alguien abría la puerta trasera de la casa, con el cuidado que solo puede
tener una mujer que desea no ser escuchada. Pensé: quizá este sea tu día de
suerte Víctor, quizá Camila por fin se haya dado cuenta que te gusta.
Consideré
que no todo estaba perdido. Podíamos dejar ahí a Carlos con sus millones,
peleando la herencia y nosotros regresar a ser lo que éramos, un par de don
nadie sin más que perder. Eso me gustaba. Ser uno más, y ella, una más también.
Bueno, esos eran mis piensos, porque ella nunca me los había compartido. Lo
cierto es que la puerta de la verja se abrió y la mujer se paró exactamente
detrás de mí. Podía yo escuchar su respiración. Me hubiera encantado escuchar
un; Víctor, ¿Podemos hablar? O un ¡Qué tal Víctor!, he estado pensando que
deberíamos mandar al demonio a Carlos y regresar nosotros a nuestra antigua
vida. ¡Hubiera sido fabuloso! Peso eso no sucedió. Un par de detonaciones se
escucharon. Quise voltear para ver que sucedía, pero no pude. Una sensación a
calor y humedad lleno mi espalda y mi brazo izquierdo. Alguien apago la luz y
yo caí inconsciente. Había sido victima de los celos de Camila.
EVANGELINA
La
vida es una puta. Si algo he aprendido en mi vida es eso. Nunca te será fiel,
siempre tendrá preparada una traición, un desengaño, un rompimiento amoroso o
la muerte.
Mi
nombre es Evangelina y si están leyendo esto, es porque seguramente ya estoy
muerta. Soy millonaria En mi vida no hice nada para ser rica. Nunca he
trabajado. Así nací. Así como mis padres y los padres de mis padres. Mi abuelo
decía que ser rico es cuestión de linaje y de casta. Yo así mismo lo creo.
Vivo
en un encierro perpetuo. Casi no salgo de mi mansión. Me casé una vez, solo
una, mi esposo era coronel, también de una familia muy rica. Desafortunadamente
el murió muy joven, cuando mi hija María era una niña. A pesar de ser rica,
herede de su fortuna. A veces he pensado que esta fortuna no es sino una
condena de la que no he podido escapar. Una prisión. Desde entonces solo he
estado aquí, encerrada en mi mansión, viviendo de los recuerdos, esperando la
muerte.
Los
años pasaron y mi hija creció. Tuve que mandarla al colegio. Alumna del colegio
alemán, primer lugar en natación, Señorita América de las fiestas patrias. Todo
era felicidad hasta que sucedió lo inevitable, se enamoró y se quiso casar.
Cuando me lo dijo yo me sentí tan entusiasmada como ella, hasta que conocí al
interesado.
Él
era un tipo arrogante y manipulador. Nunca confié en el. No me interesó en
conocerlo en absoluto, mucho menos conocer a su familia. Le advertí a mi hija
que de casarse con él entonces ella no vería un centavo mío. Cosa que cumplí
cabalmente.
A
pasar de mi advertencia, mi hija se casó. Enamorada. Siempre supe que él
intentaría algo para quitarle la herencia que a ella le correspondía. Hice
todos los preparativos. Le instruí a mi fiel abogado el señor Peekels, se dice
pikels, un viejo abogado inglés que siempre me acompañó, a ser el quien hiciera
cumplir todas mis exigencias. Debería impedir a toda costa que ese truhán
tomara un centavo de mi herencia.
Le
pedí que de morir yo, mi hija no recibiera un centavo, que si su esposo
intentaba alguna maniobra, fuera el quien lo hiciera arrestar. Y de su amiga,
mi amada Camila, se asegurara que ella estuviera bien y nada le faltara.
El
señor Peekels era un fiel servidor. Acostumbraba estar hasta entrada la noche
en la biblioteca de la mansión leyendo y ordenando papeles. A veces se
escuchaba el sonido de un tocadiscos en su oficina de la mansión. Se divertía
entre títulos, acciones, compras de compañías, que se yo, trabajaba para mi
fortuna haciéndome cada vez más rica. Yo me sentía cada día más sola.
Una
noche, víctima de la ansiedad, decidí caminar por los pasillos de la casa.
Escuche una música a lo lejos, caminé hacia el sonido y cuando lo encontré, no
toqué la puerta y decidí entrar. Era el señor Peekels que entonaba una canción.
Estaba ahí en calzoncillos bailando y con una copa en la mano. No pude más que
reír como una colegiala. Lleno de vergüenza se le resbaló la copa. Yo corrí a
ayudarle y, cuando estábamos ahí, en el suelo, entonces lo besé. Fue un beso
tan esperado por mí, que no supe más que hacer. Me levanté y avergonzada
regrese de inmediato a mi habitación. Esa noche no pude dormir. Me pareció que
el beso había durado por horas.
Pasaron
unos días y yo empecé a impacientarme. Mi enamorado el señor Peekels había
vuelto a su vieja adicción al trabajo. ¿Acaso no veía que me había comprado
vestidos nuevos? Pinté mi cabello de un tono rojizo, Que bonito peinado Señora
Evangelina, me dijo mi ama de llaves; un peinado muy de su personalidad, me
dijo mi entrenador personal, se ve usted diez años menos. ¿Diez años? Dije yo,
lo despedí de inmediato. Los demás criados no dejaron de halagarme mi buen gusto. Llené la casa de velas, velas
aromáticas de manzana y canela, Sin embargo el señor Peekels seguía en su
adicción a las cuentas, al debe y el haber; a los contratos y las acciones; a
la bolsa y al margen de utilidad. ¿Acaso era así como íbamos a vivir? Me negaba rotundamente. Era una situación
desesperante.
Una
noche me sentí atrevida. Escuché nuevamente la música al fondo del pasillo. Me
vestí para la ocasión. La seda y el raso; el cuero y el encaje me cubrieron.
Fui en su búsqueda. Salí de mí habitación y corrí por los pasillos. Iba
corriendo descalza por los pasillos de esa enorme casa porfiriana Esa noche me
sentía otra persona, más joven y más feliz. Mi corazón rozagante latía, podía
escucharlo. ¡Oh no!, acaso podría dejar de latir? ¡Que importaba! Llegué a la
habitación donde se escuchaba esa música. Atrevida abrí la puerta sin
anunciarme. Hice mi entrada triunfal, con un par de dedos desabotoné mi bata y
la deje caer al suelo. El señor Peekels que cantaba a todo pulmón, soltó la
copa que tenía en la mano y parado ahí de calzoncillos me miró con la boca abierta.
“Hoy
para mí es un día especial /
Hoy
saldé por la noche”
Rafael
cantaba en un disco de acetato. Un hombre en calzoncillos se miraba al espejo
mientras tomaba el micrófono y cantaba:
“Que
pasará, que misterio habrá
Puede
ser mi gran noche”
Se
miraba la papada, la masajeaba. Así, esta papada debe disminuir. Miraba su
panza, se cambiaba de posición. Es increíble como engorda uno en esta casa,
quizá sean esas galletas de mantequilla con mermelada, tal vez debería comer
menos, pensaba mientras sostenía un micrófono con una mano y con la otra una
margarita con tequila. La música regresaba y el cantaba y gritaba para un
público imaginario:
“Y
al despertar ya mi vida sabrá
Algo
que no conoce”
En
eso, repentinamente la puerta se abrió. Era la dueña. Sufría del más terrible
insomnio y se la pasaba vagando por la casa en las noches. El señor Peekels se
quedó helado, no se movía. Rafael seguía cantando y el disco girando. El
momento era terriblemente incómodo. ¿Qué le digo? Pensaba. Se supone que
estaría yo trabajando. El debe, el haber, los títulos, las compañías, tantas
cosas que él no entendía bien, pero que hacía para entretenerla en su juego
diario de justificar su sueldo.
Ella
lo miraba atónita de pies a cabeza, de repente explotó en risa. Era una risa
que parecía había estado presa por veinte años. Salió así, sin esperar que
ella, la millonaria, la benefactora de las Adoratrices de la Vela Perpetua, la
que una vez salió en portada de Hola, ella que hubiera reprimido, castigado,
ocultado, sin embargo, la risa apareció. Fue una risa de adolescente, de
secundaria. Una vez ahí duro por cinco minutos. El disco terminó y el Señor
Peekels no sabía que hacer, si vestirse o sentarse. Estaba perdido, la pena
hizo que su copa cayera a suelo, el cristal se estrelló y él se agacho a
recoger el desastre.
Nunca
lo esperó. La señora, la millonaria que fue visitada una vez por aquel
presidente populista para al final de la cena pedirle una aportación a la
causa. Que debemos hacer, le dijo la señora al final de la cena, Mándelo al
demonio, le dijo el señor Peekels. Su consejo era ley. Nunca espero el señor
Peekels estar ahí frente a su patrona desnudo bailando y cantando a Rafael.
Cuando se agachó para recoger los vidrios no se dio cuenta en que momento ella
estaba ahí, como gata buscando y jugando con los vidrios bañados de alcohol y
soda. Apenas los tocaba, el se quito la mano para que no se cortara los dedos.
Fue en ese momento que ella lo besó. Fue un besó de colegiala. El, que no
estaba acostumbrado a besar mujeres lo permitió, sin saber que eso le iba a
costar.
Le
decían el señor Peekels, se pronuncia piquels, su patrona lo presentaba siempre
como un abogado inglés, aunque él era de una provincia al norte del país.
Estudió abogacía en la Universidad de Cuévano, pero nunca terminó. Fue taxista,
ayudante de estética, manicurista, vendedor de perfumes, hasta que un día lo
descubrió la señora Evangelina, la millonaria. Dígame usted que estudio?
Abogacía señora, Quiero que trabaje para mí. Señora, tengo algo que decirle. No
quiero que me contradiga, desde hoy trabajara conmigo. Si su problema es el
dinero, le pagare el doble, le dijo.
Lo
que no dijo la millonaria era cual era el doble de que, porque el señor Peekels
trabajaba, pero no ganaba. Lo haba tratado tan mal la vida, lo sé la vida de
abogado no es buena, que tener una casa, comer tres veces al día y poder pasar
las noches bebiendo y cantando eran para el todo un sueño. La vida era una
comadreja le decía su jefa, y tenía razón.
Conocía
bien a María, Era una muchacha noble e inocente, tan lejana a la fortaleza de
su madre que a él le inspiraba compasión. Su amiga Camila, en cambio era
decidida, hacia las cosas, muchas veces mal, pero que importaba, era la que
tomaba las decisiones. Ellas eran el motor de la millonaria, y para el señor
Peekels sus consentidas.
La
señora Evangelina parecía haber olvidado el beso que se dieron esa noche. El
regreso a su antigua rutina, aplicar recibos de ingresos de las cuentas de la
millonaria y las ganancias de los ranchos de su ex marido, era una millonaria
que sin hacer nada era cada día mas rica.
Una
noche, ella se volvió a presentar. Venía vestida de satín y seda, de cuero y
terciopelo; abrió la puerta y el estaba ahí, bebiendo y cantando. A pesar de no
ser de su gusto ella, ni ninguna mujer, accedió. Fue un impulso instintivo,
ella lo beso, lo abrazo y los dos cayeron desnudos mientras Rafael cantaba. Fue
una noche de pasión, para ella, la colegiala, la millonaria que solo pedía un
poco de amor, y el, se lo daba como esa dadiva que se da a aquel que tiene sed.
Pasaron
la noche juntos. El la trató bien y ella se sintió querida. Tenía tanto que no
estaba con un hombre que se conformó con un, bueno, con Peekels. Al amanecer
ella huyó a su habitación, como huyen las colegialas que han escapado de su
dormitorio.
Se
recostó en su cama para no despertar jamás. Durmió con una sonrisa que solo
pueden tener las niñas que sueñan con el país de las maravillas. Sus criados la
encontraron así, tan serena que, a pesar de que estaba muerta, hablaban quedo
para no despertarla.
El
señor Peekels tomo sus libros de cuentas, sus facturas y cuadernos de notas y
los tiro a la basura. Acomodó en su habitación su ropa. Hizo su maleta y reunió
a los empleados: los liquidó con un cheque a cada uno y les pidió que se
marcharan. Cerro la casa y llamo a la compañía vendedora para que la
administrara.
Cumplió
con el deseo de la millonaria. Camila, su protegida recibió una pension
millonaria, misma que nunca disfruto por estar recluida en la cárcel. Su hija,
Maria, afectada de sus facultades mentales estaba impedida para tener dinero,
asi que Peekels le regaló al hospital una cantidad millonaria para contruir un
nuevo anexo, el anexo Peekels Lo último que supo del yerno de la señora, el
doctor Víctor, es que estaba en prisión, por complicidad en el delito de
asesinato. Al final Peekels Se compró un lujoso departamento. Era un tipo
callado. De repente, en el lujoso edificio se escuchaba cantar:
“Hoy
para mi es un dia especial
Hoy
saldré por la noche”
Dicen
que un día, una dama entrada en años llegó a su puerta, abrió sin anunciarse.
Iba vestida de raso y satín, de cuero y brillantes. Traía solo una bata, que
desabotonó y dejó caer al suelo. Peekels en calzoncillos, con una margarita en
la mano y en la otra el micrófono, se le quedó mirando.
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